En esto consiste la teoría del profesor
L.:
Compara dos términos: de un lado César
Aira que no mata a sus personajes por razones éticas; del otro Flaubert y el
episodio del truculento envenenamiento de Mme Bovary.
Y a raíz de esto concluye algo que no
deja de suscitar en mí una incómoda inquietud. Dice “…no es que vayas a ir
preso pero para dedicar páginas enteras a la muerte de tu personaje tenés que
estar algo tocado”.
En la teoría del profesor L. he
identificado varias fallas:
Mi punto más sólido es que no es
necesario matar a nadie para edificar una ficción aberrante y pongo por caso la
saga de las mil y una películas de Barbie donde casi nadie muere, aunque ganas
no nos falten.
Segundo punto: ¿hay que estar un poco
tocado para dedicar páginas enteras a narrar la muerte de alguien? Esta
afirmación no deja de ser verdadera pero es engañosa, recorta mal su objeto y
muy bien podría haber terminado antes, porque está claro que podríamos decir
sencillamente que hay que estar un poco tocado para narrar. Los cuerdos no
necesitan descargar nada sobre el papel, ya lo han hecho todo, ya han accionado
y reaccionado a todo lo que debían, han interactuado perfectamente con su
entorno y al llegar a sus casas no tienen más que meterse limpiamente en la
cama y soñar negro. Los que escribimos, criaturas del insomnio, atormentadas,
revueltas, desordenadas, que además de comer y bañarnos, trabajar, hacer algún
deporte y coger, nos auxiliamos en la imaginación y el papel, estamos sin duda
tocados, lo que no es en absoluto grave, más bien nos ayuda a pertenecer a esta
locura que es la humanidad y bien llevada, nuestra porción de irracionalidad
hasta nos hace más interesantes.
Coda a mi segundo punto: si no sos una
espía rusa ni recorriste el desierto de Gobbi en moto y no estás un poco
tocado, ¿qué vas a decir? Acá hay un error conceptual. Se cree que la
experiencia ha de buscarse afuera, que es algo real y concreto de lo que uno se
puede apropiar echando mano. Se la figuran como algo extensional, que se puede
recorrer y acumular. No es así, la experiencia es una grieta interna y sus
efectos son los de una potencia que actúa intensionalmente sobre nuestra
siempre frágil integridad. Aquellos que piensan en el desierto de Gobbi no se
cansan de citar el caso de Hemingway pero de lo que se olvidan es de que
Hemingway escribía como escribía porque estaba jodidamente trastornado, no
porque salía a pescar. Por supuesto que hay incontables casos de escritores con
experiencias fuertes, pero el punto se resume en lo siguiente: a algunos les
hace falta ir a la guerra para alienarse, a otros no.
Digo todo esto aunque no voy a negar que
me tiembla un poco el pulso cada vez que entro a la ficción a matar a un
querido y que después de cierta anécdota -que voy a proceder a contarles- me
dediqué a hacerlo sólo en la intimidad.
Hace unos años mi espíritu práctico me
llevó a probar suerte en un tallercito literario cerca de casa. Por teléfono la
señora había sido concisa, combinamos un horario y me pidió que llevara un
cuento. Ni bien llegué pude comprobar mi error: la mesa desbordada de macitas y
de los invitados sonrientes deduje cierto ambiente festivo del que yo no iba a
poder participar. Eso fue incluso antes de las lecturas. Después nos sentamos
en ronda y los invitados, entre facturas y café con leche, fueron convidándonos
sus dulces palabras. A mí me dejaron para el final porque era nueva, lo que me
dio el tiempo suficiente para reflexionar: ¿cómo iba a hacer para leerles el
cuento que había traído, lleno de asesinos, violadas, insultos y sangre como
para hacer estallar bancos enteros de donantes? Mi estilo a lo Takeshi Kitano
no entonaba precisamente con, por poner un claro ejemplo, el poema de amor de
mi antecesora. “No puedo leerles mi cuento”, recuerdo que pensé, “estas señoras
se van a atragantar con las macitas”. Mi intención era buena pero si de algo
estaba segura era de que ese cuento no estaba escrito para ese público. Sencillamente
no era mi público. Muy por el contrario, era la clase de público que me
acusaría de loca perversa y me cerraría la puerta en las narices, y si bien
estaba segura de que jamás volvería a pisar ese lugar, no quería declarar
ninguna guerra, por lo que al llegar mi turno, dije:
-Discúlpeme, maestra, pero me equivoqué,
éste no es el cuento, son unos apuntes de clase.
Y así fue como salí indemne. Recuerdo que
los talleristas quedaron encantados con aquella discreta mujer que había escuchado
tan callada sus excrecencias simbólicas y hasta me invitaron a comer. También
recuerdo haberme felicitado por el silencio. Saber callar. No hay nada como un silencio a tiempo.
Memorándum:
La literatura no se lleva bien con las
macitas.
La proximidad espacial no implica
afinidad intelectual. A veces Mahoma tiene que ir a la montaña, y a veces la
montaña no está a la vuelta de la esquina.
Pero para ir podándole las ramas a esta
arborescente argumentación, después de un cuento no hay nada como un baño
caliente y a dormir. La vida toma otro color. No termino de entender una
postura que condena la liberación de la ficción en defensa de una ética
claustrófila.
Escribir es desnudarse, mostrar a lo
Barthes el pequeño punto en la nariz. No tengo vergüenza, mírenme. Soy linda
igual, con todas mis miserias, y quizá gracias a todas ellas.
Siguiente punto: un microrrelato
borgeano-kafkiano:
Cuando fue llevado ante el tribunal, el
juez habló:
-Usted ha apuñalado a su padre.
A lo que el hombre respondió:
-No, sólo lo he apuñalado en un sueño y
en un sueño mi padre no es mi padre; mi padre soy yo, como yo soy yo, como el
puñal soy yo. En tal caso me he apuñalado a mí mismo.
El juez no oyó razones.
-Usted ha matado a su padre, y que eso
haya sido en un sueño, en última instancia, es un atenuante. Si su padre está
aún vivo es obra del azar. Usted es igualmente culpable y debe cumplir su
condena.
El hombre despertó y comprendió que el
juez, como el puñal y como su padre, también era él. Aún así estaba en una
celda.
Hemingway dice "Hay que matar a los
seres queridos". El profesor L. dice que no. Yo apuesto por Hemingway.
La postura de L. ofrece un baño sin
jabón. Para mí los cuentos son baños morales. Después de terminar un cuento me
siento limpia. Algo no ocurrirá, algo de ese misterio de hechos que aguardan su
concreción se desordenará, algo de ese invisible variará sin que podamos decir con
exactitud en qué. A modo de consuelo –no dirigiremos las estrellas pero. Algo
de esto dijo el mismo profesor al hablar de la desidentificación. Expropiar las
miserias de sí.
Mi punto más contundente: ¿Se puede matar
a un personaje? ¿cuántas balas hacen falta para matar a un personaje? Madame
Bovary comenzó a envenenarse en 1856, es decir que ya lleva más de un siglo y
medio haciéndolo. Además, ¿debemos perdernos de experimentar en la ficción
aquello que tanto nos perturba y que nunca sabremos lo que es?
Aunque quisiéramos, no podríamos no
hablar de la muerte porque la muerte está en cada silencio, en el roce de los
cuerpos, en un orgasmo, en una mirada, en un proyecto, etc. Se la podrá privar
de la adjetivación, se la podrá privar del nombre pero aún así estará bajo la silenciosa
forma y no faltará palabra que la señale allí donde no esté nombrada, a ella,
la misteriosa que nos arrebata y alrededor de la que construimos nuestro
humilde hálito de vida.
Por último, demás está decir que creo que
nadie invitaría a comer a sus personajes.
Que grata sorpresa leer esto.
ResponderEliminarNo soy el unico que disfruta las ramas de los arboles.
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http://discursobravo.blogspot.com.ar/2012/03/la-cordura.html
Estoy aquí por recomendación de Discurso Bravo y siento como él una grata sorpresa. Qué pena no haber tenido la oportunidad de estar en aquella mesa redonda repleta de facturas, hubiera insistido en escuchar su relato, al menos que memorizara algo, me hubiera gustado escuchar aquél cuento de qué iba mas allá de las muertes y violaciones. Si tiene voluntad puede subirlo aquí, yo dejaría las macitas de lado y lo leería.
ResponderEliminarDejando de lado eso Ud hace aquí unas preguntas mas que interesantes, que yo también me hice alguna vez. Sobre si se debe matar a un personaje o qué.
Yo creo que hay personajes que se buscan la muerte para seguir viviendo, tal el cado de Madame Bovary, yo creo que tiene vida eterna ese personaje mas allá del envenenamiento. Y hay otros personajes que son muertos por los propios lectores por aburridos, o decadentes o densos.
Un cordial saludo y un placer leer su blog.