martes, 17 de abril de 2012

La ética del autor

En esto consiste la teoría del profesor L.:
Compara dos términos: de un lado César Aira que no mata a sus personajes por razones éticas; del otro Flaubert y el episodio del truculento envenenamiento de Mme Bovary.
Y a raíz de esto concluye algo que no deja de suscitar en mí una incómoda inquietud. Dice “…no es que vayas a ir preso pero para dedicar páginas enteras a la muerte de tu personaje tenés que estar algo tocado”.

En la teoría del profesor L. he identificado varias fallas:
Mi punto más sólido es que no es necesario matar a nadie para edificar una ficción aberrante y pongo por caso la saga de las mil y una películas de Barbie donde casi nadie muere, aunque ganas no nos falten.
Segundo punto: ¿hay que estar un poco tocado para dedicar páginas enteras a narrar la muerte de alguien? Esta afirmación no deja de ser verdadera pero es engañosa, recorta mal su objeto y muy bien podría haber terminado antes, porque está claro que podríamos decir sencillamente que hay que estar un poco tocado para narrar. Los cuerdos no necesitan descargar nada sobre el papel, ya lo han hecho todo, ya han accionado y reaccionado a todo lo que debían, han interactuado perfectamente con su entorno y al llegar a sus casas no tienen más que meterse limpiamente en la cama y soñar negro. Los que escribimos, criaturas del insomnio, atormentadas, revueltas, desordenadas, que además de comer y bañarnos, trabajar, hacer algún deporte y coger, nos auxiliamos en la imaginación y el papel, estamos sin duda tocados, lo que no es en absoluto grave, más bien nos ayuda a pertenecer a esta locura que es la humanidad y bien llevada, nuestra porción de irracionalidad hasta nos hace más interesantes.
Coda a mi segundo punto: si no sos una espía rusa ni recorriste el desierto de Gobbi en moto y no estás un poco tocado, ¿qué vas a decir? Acá hay un error conceptual. Se cree que la experiencia ha de buscarse afuera, que es algo real y concreto de lo que uno se puede apropiar echando mano. Se la figuran como algo extensional, que se puede recorrer y acumular. No es así, la experiencia es una grieta interna y sus efectos son los de una potencia que actúa intensionalmente sobre nuestra siempre frágil integridad. Aquellos que piensan en el desierto de Gobbi no se cansan de citar el caso de Hemingway pero de lo que se olvidan es de que Hemingway escribía como escribía porque estaba jodidamente trastornado, no porque salía a pescar. Por supuesto que hay incontables casos de escritores con experiencias fuertes, pero el punto se resume en lo siguiente: a algunos les hace falta ir a la guerra para alienarse, a otros no.
Digo todo esto aunque no voy a negar que me tiembla un poco el pulso cada vez que entro a la ficción a matar a un querido y que después de cierta anécdota -que voy a proceder a contarles- me dediqué a hacerlo sólo en la intimidad.
Hace unos años mi espíritu práctico me llevó a probar suerte en un tallercito literario cerca de casa. Por teléfono la señora había sido concisa, combinamos un horario y me pidió que llevara un cuento. Ni bien llegué pude comprobar mi error: la mesa desbordada de macitas y de los invitados sonrientes deduje cierto ambiente festivo del que yo no iba a poder participar. Eso fue incluso antes de las lecturas. Después nos sentamos en ronda y los invitados, entre facturas y café con leche, fueron convidándonos sus dulces palabras. A mí me dejaron para el final porque era nueva, lo que me dio el tiempo suficiente para reflexionar: ¿cómo iba a hacer para leerles el cuento que había traído, lleno de asesinos, violadas, insultos y sangre como para hacer estallar bancos enteros de donantes? Mi estilo a lo Takeshi Kitano no entonaba precisamente con, por poner un claro ejemplo, el poema de amor de mi antecesora. “No puedo leerles mi cuento”, recuerdo que pensé, “estas señoras se van a atragantar con las macitas”. Mi intención era buena pero si de algo estaba segura era de que ese cuento no estaba escrito para ese público. Sencillamente no era mi público. Muy por el contrario, era la clase de público que me acusaría de loca perversa y me cerraría la puerta en las narices, y si bien estaba segura de que jamás volvería a pisar ese lugar, no quería declarar ninguna guerra, por lo que al llegar mi turno, dije:
-Discúlpeme, maestra, pero me equivoqué, éste no es el cuento, son unos apuntes de clase.
Y así fue como salí indemne. Recuerdo que los talleristas quedaron encantados con aquella discreta mujer que había escuchado tan callada sus excrecencias simbólicas y hasta me invitaron a comer. También recuerdo haberme felicitado por el silencio. Saber callar. No hay nada como un silencio a tiempo.
Memorándum:
La literatura no se lleva bien con las macitas.
La proximidad espacial no implica afinidad intelectual. A veces Mahoma tiene que ir a la montaña, y a veces la montaña no está a la vuelta de la esquina.
Pero para ir podándole las ramas a esta arborescente argumentación, después de un cuento no hay nada como un baño caliente y a dormir. La vida toma otro color. No termino de entender una postura que condena la liberación de la ficción en defensa de una ética claustrófila.
Escribir es desnudarse, mostrar a lo Barthes el pequeño punto en la nariz. No tengo vergüenza, mírenme. Soy linda igual, con todas mis miserias, y quizá gracias a todas ellas.

Siguiente punto: un microrrelato borgeano-kafkiano:

Cuando fue llevado ante el tribunal, el juez habló:
-Usted ha apuñalado a su padre.
A lo que el hombre respondió:
-No, sólo lo he apuñalado en un sueño y en un sueño mi padre no es mi padre; mi padre soy yo, como yo soy yo, como el puñal soy yo. En tal caso me he apuñalado a mí mismo.
El juez no oyó razones.
-Usted ha matado a su padre, y que eso haya sido en un sueño, en última instancia, es un atenuante. Si su padre está aún vivo es obra del azar. Usted es igualmente culpable y debe cumplir su condena.
El hombre despertó y comprendió que el juez, como el puñal y como su padre, también era él. Aún así estaba en una celda.

Hemingway dice "Hay que matar a los seres queridos". El profesor L. dice que no. Yo apuesto por Hemingway.
La postura de L. ofrece un baño sin jabón. Para mí los cuentos son baños morales. Después de terminar un cuento me siento limpia. Algo no ocurrirá, algo de ese misterio de hechos que aguardan su concreción se desordenará, algo de ese invisible variará sin que podamos decir con exactitud en qué. A modo de consuelo –no dirigiremos las estrellas pero. Algo de esto dijo el mismo profesor al hablar de la desidentificación. Expropiar las miserias de sí.

Mi punto más contundente: ¿Se puede matar a un personaje? ¿cuántas balas hacen falta para matar a un personaje? Madame Bovary comenzó a envenenarse en 1856, es decir que ya lleva más de un siglo y medio haciéndolo. Además, ¿debemos perdernos de experimentar en la ficción aquello que tanto nos perturba y que nunca sabremos lo que es?
Aunque quisiéramos, no podríamos no hablar de la muerte porque la muerte está en cada silencio, en el roce de los cuerpos, en un orgasmo, en una mirada, en un proyecto, etc. Se la podrá privar de la adjetivación, se la podrá privar del nombre pero aún así estará bajo la silenciosa forma y no faltará palabra que la señale allí donde no esté nombrada, a ella, la misteriosa que nos arrebata y alrededor de la que construimos nuestro humilde hálito de vida.
Por último, demás está decir que creo que nadie invitaría a comer a sus personajes.

2 comentarios:

  1. Que grata sorpresa leer esto.
    No soy el unico que disfruta las ramas de los arboles.

    Quizas te interese:
    http://discursobravo.blogspot.com.ar/2012/03/la-cordura.html

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  2. Estoy aquí por recomendación de Discurso Bravo y siento como él una grata sorpresa. Qué pena no haber tenido la oportunidad de estar en aquella mesa redonda repleta de facturas, hubiera insistido en escuchar su relato, al menos que memorizara algo, me hubiera gustado escuchar aquél cuento de qué iba mas allá de las muertes y violaciones. Si tiene voluntad puede subirlo aquí, yo dejaría las macitas de lado y lo leería.

    Dejando de lado eso Ud hace aquí unas preguntas mas que interesantes, que yo también me hice alguna vez. Sobre si se debe matar a un personaje o qué.
    Yo creo que hay personajes que se buscan la muerte para seguir viviendo, tal el cado de Madame Bovary, yo creo que tiene vida eterna ese personaje mas allá del envenenamiento. Y hay otros personajes que son muertos por los propios lectores por aburridos, o decadentes o densos.

    Un cordial saludo y un placer leer su blog.

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